Marioneta La verdad nace perfumada de la boca del maestro de su boca de Cesar como alimento consolador de mentes canijas Los primeros mordiscos al dolo tienen el sabor de las glorias y el que tiene hambre come come con ansias ergástuladas por la ignorancia lamiendo el plato de quien asistió sus culpas El lenguaje de las sierpes emponzoña a los pichones implumes El silbido de sus fauces camufla los colmillos aguzados destiladores del nocivo sustrato de la maldad herramientas viles del engaño empedernido Criaturas bobas frente a dioses falsos, sean su propio Dios Corderos mansos cebados de alimento, rompan las cercas Quien no riega la semilla de la curiosidad, esta condenado a yacer por siempre en los terrenos mediocres del fanatismo, lodazal succionador de las luces del alma viaje incorregible a falsos campos elíseos.
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Mostrando entradas de 2016
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A la muerte de un pelícano. Es en el delirio último del pelícano cansino por los años, que el honor acoge su embate final hacia las praderas del sueño. Seppuku del valiente; despedida irrevocable a las alas, símbolos augustos de la casa de Eolo; remos plumados de la libertad sempiterna. Es entonces, cuando la calina atiborre las luces del orbe, o un ocaso carmesí de sangre dolorida, despidan para siempre al desventurado pájaro, que vistiendo sus últimas galas, se abalanza hacia el vacío ciego de sus ojos opacos, y no ha de sentir más las brisas del mundo, ni los guiños del naciente día, ni los azulados abrazos del insondable océano. Al amanecer, las barcazas insomnes por la noche de pesca, hablarán de la ausencia del amigo. Han de aceptar las tragedias del destino, entretanto aguardan la confesión de otros pájaros.
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Avistamiento. A través de la ventana del último bus a casa: he visto el amor. Con la elegancia de los ibis rojos y la sutileza de las amapolas primaverales, que como un trueque místico brotan en los campos de batalla. Su fotografía, una imagen augusta y señorial, coruscante e indómita, acompaña la barca de mi pensamiento errante, resquebrajado y maltrecho por los embates del día. Aquella Friné de Oriente hace justicia la concepción de la belleza, que para aquellos que inmortalizan la piedra, sirve de musa isomne, de Atlas para el peso de sus mundos, de mundos para el pensamiento guarnecido. Lanzar la vida por aquella ventana hubiese sido la insensatez más sensata. Nadie teme a la muerte en busca de algún Dios, y era yo quien a Dios veía caminando la más ordinaria de las veredas mortales. Con ojos de insuperable agonía seguí su estela en la distancia abarrotada de gente. Como quien espera el regreso de las olas a las faldas de la playa; la ilusión sostenía un manojo de estrel
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Dime. -¿A qué sabe?- le preguntó como queriendo que no la escuchara. -¿A que sabe qué?- si lo escuchó. --Tu amor. ¿A qué sabe? Digo, debe saber a algo. Amarte debe saber a algo. Dulce o tal vez salado no sé, pero quererte más allá de lo contemplado debe saber a algo. Yo creo que todas las cosas tienen sabor y confío en que el amor también, y ahora que lo pienso y que por fin me he atrevido a perseguir el camino de migajas que me has dejado para quererte, quisiera saber a qué sabe. Dime...¿A qué sabe? Anda dime...¿A qué sabe?- -A casabe. La respuesta fue acompañaba con una sonrisita traviesa que descortinaba su hoyuelo izquierdo. Después de este gesto no pudo retener la risa que se arremolinaba en sus entrañas. Lo había jodido, y de la manera más sutil.
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Grillete. A mi me persigue un perro negro de dientes amarillos. Siento sus trancos tras mi carrera desesperada y dubitativa, a través de un bosque aparentemente interminable, repetitivo y extenuante, que no me augura el mejor de los desenlaces. Me exaspera el ejercicio de Atalanta, y el miedo parece correr conmigo riéndose a mi costado. Me sonríe coquetamente con el gozo de los verdugos. Parece disfrutar las pestilencias de mis temores desenfundados.
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Poema inerte. Aunque nunca me leas aún aquí te escribo; las palabras traviesas escapan de mi mente, tal vez el pensarte todavía conmigo, me hace verte menos ausente. En mi morada humilde, callada y austera, todavía se escuchan tus ultimas risas; como quien no quiere a veces quisiera, desboronarme, salir huyendo en la brisa. Mas cuando la razón vuelve a mi pensamiento y ya no eres digna de mis horas, le cuento al gato, a los libros, al viento, no pasa nada, pierde el que más añora. Y de añoranzas tu has de saber más, pues lo mejor de ti se quedó conmigo; nadie ha de quererte ni te querrá, como quien te escribe y no está contigo.
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Grillete. A mi me persigue un perro negro de dientes amarillos. Siento sus trancos tras mi carrera desesperada y dubitativa a través de un bosque aparentemente interminable, repetitivo y extenuante, que no me augura el mejor de los desenlaces. Me exaspera el ejercicio de Atalanta, y el miedo parece correr conmigo riéndose a mi costado. Me sonríe coquetamente con el gozo de los verdugos. Parece disfrutar las pestilencias de mis temores desenfundados.
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En aquel entonces. En el momento en que se estaba haciendo la fila para asignar a las mujeres que corresponderían a cada hombre por el resto de sus vidas, aquello era un saperoco. Jacinto, inmiscuido en el mero vientre de la serpiente de personas en actitud de espera, escrutaba con ojos afilados el resultado de la distribución. Parecía que cada ejemplar entregado a los varones hubiese salido de un taller donde no existían las imperfecciones geométricas. Fue entonces cuando Jacinto, cual león africano, se hizo escuchar por encima del bullicio de la multitud, cansado de la repetitividad del asunto. ¡La mía me la dan sin tetas! ¡Mejor le dejan más cerebro!
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Si la pequeña lumbre hablara. Danzas ahuyentando las sombras que inamovibles cubren mis estancias. Gimes con el viento en sus intentos por arrebatarte la vida. Mas tú no mueres nunca, no tú siempre sabes renacer cual fénix astuto. Te duermes donde el pensamiento no alcanza a posar las manos y de noche surges con tu vestido de atardecer mortecino ahí donde busco la paz, donde los valientes lustran sus escudos y afilan las lanzas. Donde los lobos huelen sus víctimas y los ojos batallan ante un color maldito. Ahí danzas tu damisela efímera, callada ante mí que solo soy uno. Me ves expresarme y a veces desvanecerme contigo cuando comienza el día. Eres fiel testigo de todas mis versiones y sin embargo callas por siempre tus testimonios. ¡Oh! Si la pequeña lumbre hablara.
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Memorias. Fuiste el pábulo de mis días por un centenar de moribundas ocasiones. El suelo para mis pies descalzos, doloridos y cansados de transitar caminos innombrables. En ti supe apoyar mi mejor acero, y con manos desnudas moldear la mejor versión de las cosas carentes en mí, y que en vos parecían nacer sin necesidad de vociferar palabra alguna, siquiera el más tímido murmullo. Un recuerdo como frágil vestigio desea aferrarse a cualquier esperanza, pero hay esperanzas que mueren por falta de recuerdos. Más de una vez he sentido mis entrañas balancearse en las más escarpadas cornisas, aguardando el descenso agudo de mi humanidad indefensa, sin brazos que atajen el viaje, sin blanca Beatríz al final del periplo, sin ti, que en ninguna rendija miras ya, que ni siquiera te asomas a las ventanas. Que no caminas por los parques ni empapas la mirada por allá donde se funcionan el mar y el cielo. ¿Qué nos ocurre? ¿Mentimos a los latidos por no sentirnos una vez más quebrantables ante
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Primer encuentro Respiró cada poro expuesto de su humanidad indefensa. Campo virgen de amapolas. La impaciencia delata a quien asecha astuto, y el miedo se cuela en la callejuela. Se articula un sonido único que el silencio devora. Trepidan las manos. Lo embriaga su aroma y la cercanía de su aliento. La sed de los cuerpos. Se enmudece la vida bajo un manto de cuervos. Efímera alegría; inherte silencio.
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De otras epocas Me llevas la empalizá en el suelo muchacha. ¿La vida? La vida se me va en las ondas de tu camisón floreado, ese que te regaló mamá por ser tu cumpleaños, tu estandarte de los domingos. Verdesito me tienes el conuco del pecho. ¡Ay! como cantan los pajaritos. Como juegan con sus trinos y planean la brisa que estaba ausente. Beyacos libres del cielo. Tú que meces la hamaca de mis pensamientos apiádate de mi. Escucha el canto unisono que lleva tu nombre, que yo dispondré del trabajo mas duro por la tarde y me posaré con el mimbre bajo los guayacanes, mendigando tu madre te mande a la bodega.