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Mostrando entradas de agosto, 2016
En aquel entonces. En el momento en que se estaba haciendo la fila para asignar a las mujeres que corresponderían a cada hombre por el resto de sus vidas, aquello era un saperoco. Jacinto, inmiscuido en el mero vientre de la serpiente de personas en actitud de espera, escrutaba con ojos afilados el resultado de la distribución. Parecía que cada ejemplar entregado a los varones hubiese salido de un taller donde no existían las imperfecciones geométricas.  Fue entonces cuando Jacinto, cual león africano, se hizo escuchar por encima del bullicio de la multitud, cansado de la repetitividad del asunto. ¡La mía me la dan sin tetas! ¡Mejor le dejan más cerebro!
Haiku del recuerdo.  Bajo las hojas  de otoños muertos, quedan las ganas.
Si la pequeña lumbre hablara. Danzas ahuyentando las sombras que inamovibles cubren mis estancias. Gimes con el viento en sus intentos  por arrebatarte la vida. Mas tú no mueres nunca, no  tú siempre sabes renacer cual fénix astuto. Te duermes donde el pensamiento no alcanza a posar las manos y de noche surges con tu vestido de atardecer mortecino ahí donde busco la paz, donde los valientes lustran sus escudos y afilan las lanzas. Donde los lobos huelen sus víctimas y los ojos batallan ante un color maldito. Ahí danzas tu damisela efímera, callada ante mí que solo soy uno. Me ves expresarme y a veces desvanecerme contigo cuando comienza el día. Eres fiel testigo de todas mis versiones y sin embargo callas por siempre tus testimonios. ¡Oh! Si la pequeña lumbre hablara.
Memorias. Fuiste el pábulo de mis días por un centenar de moribundas ocasiones. El suelo para mis pies descalzos, doloridos y cansados de transitar caminos innombrables. En ti supe apoyar mi mejor acero, y con manos desnudas moldear la mejor versión de las cosas carentes en mí, y que en vos parecían nacer sin necesidad de vociferar palabra alguna, siquiera el más tímido murmullo. Un recuerdo como frágil vestigio desea aferrarse a cualquier esperanza, pero hay esperanzas que mueren por falta de recuerdos. Más de una vez he sentido mis entrañas balancearse en las más escarpadas cornisas, aguardando el descenso agudo de mi humanidad indefensa, sin brazos que atajen el viaje, sin blanca Beatríz al final del periplo, sin ti, que en ninguna rendija miras ya, que ni siquiera te asomas a las ventanas. Que no caminas por los parques ni empapas la mirada por allá donde se funcionan el mar y el cielo. ¿Qué nos ocurre? ¿Mentimos a los latidos por no sentirnos una vez más quebrantables ante
Primer encuentro Respiró cada poro expuesto de su humanidad indefensa. Campo virgen de amapolas. La impaciencia delata a quien asecha astuto, y el miedo se cuela en la callejuela. Se articula un sonido único que el silencio devora. Trepidan las manos. Lo embriaga su aroma y la cercanía de su aliento. La sed de los cuerpos. Se enmudece la vida bajo un manto de cuervos. Efímera alegría; inherte silencio.
De otras epocas Me llevas la empalizá en el suelo muchacha. ¿La vida? La vida se me va en las ondas de tu camisón floreado, ese que te regaló mamá por ser tu cumpleaños, tu estandarte de los domingos. Verdesito me tienes el conuco del pecho. ¡Ay! como cantan los pajaritos. Como juegan con sus trinos y planean la brisa que estaba ausente. Beyacos libres del cielo. Tú que meces la hamaca de mis pensamientos apiádate de mi. Escucha el canto unisono que lleva tu nombre, que yo dispondré del trabajo mas duro por la tarde y me posaré con el mimbre bajo los guayacanes, mendigando tu madre te mande a la bodega.