En la oscuridad del averno. Casi no puedo ver mis manos. Sé que mis pies están hundidos en alguna parte de esta oscuridad porque ocasionalmente una rata tropieza con ellos e incluso hasta los muerde. No sé qué día es, si está claro afuera o ya es de noche. Mi encierro es único y constante y mis oídos solo conocen el sonido de mis suspiros ocasionales y el de mi pobre humanidad arrastrándose por las superficies de esta celda diabólica, donde soy el privilegio de mi especie, donde el desprecio de los que viven encuentra morada absoluta. El mundo está repleto de pecados y pecadores, y son estos los que deciden y señalan con sus dedos impíos quienes viven para arrepentirse de ellos y quienes deben pagar por los mismos. Yo entro en el peor renglón de todos, pues no creo exista castigo comparado con el que sufro sin descuido de las horas desde hace ya algún tiempo. Es mi condena tan atroz que el más valiente pensamiento en su mejor día es imposible de imagina
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Constante encuentro de voces que faltan. Vivo con los sonidos constantes de las palabras que nunca dijiste. Su articulación me asesta al suelo como a una mala hierba. Me desborona como ceniza huérfana al viento. Me desesperan los imaginativos timbres que pudieron tener tus "Por siempre". La calidez con que la vida pudo haberse sentido arropada con un "Me quedo aquí contigo". O la certeza que la soledad está vencida al emitir un "Te amo". Es una sensación extraña que no se va. Que no deja de escalofriar la piel, de sustraer mi espacio y hacer que lleve las manos a mi cabeza. Mas cuando regresa la calma y se va el ocaso con sus últimos tintes, ya he terminado. Levanto tu diario del suelo de muerte y dejo la misma flor de siempre... al lado de tu epitafio.