En aquel entonces.

En el momento en que se estaba haciendo la fila para asignar a las mujeres que corresponderían a cada hombre por el resto de sus vidas, aquello era un saperoco. Jacinto, inmiscuido en el mero vientre de la serpiente de personas en actitud de espera, escrutaba con ojos afilados el resultado de la distribución. Parecía que cada ejemplar entregado a los varones hubiese salido de un taller donde no existían las imperfecciones geométricas.  Fue entonces cuando Jacinto, cual león africano, se hizo escuchar por encima del bullicio de la multitud, cansado de la repetitividad del asunto.

¡La mía me la dan sin tetas! ¡Mejor le dejan más cerebro!


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