A la muerte de un pelícano.

Es en el delirio último del pelícano cansino por los años, que el honor acoge su embate final hacia las praderas del sueño. Seppuku del valiente; despedida irrevocable a las alas, símbolos augustos de la casa de Eolo; remos plumados de la libertad sempiterna. 
Es entonces, cuando la calina atiborre las luces del orbe, o un ocaso carmesí de sangre dolorida, despidan para siempre al desventurado pájaro, que vistiendo sus últimas galas, se abalanza hacia el vacío ciego de sus ojos opacos, y no ha de sentir más las brisas del mundo, ni los guiños del naciente día, ni los azulados abrazos del insondable océano.
Al amanecer, las barcazas insomnes por la noche de pesca, hablarán de la ausencia del amigo. Han de aceptar las tragedias del destino, entretanto aguardan la confesión de otros pájaros.

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