Envestida.

Desgarramos un grito en contra de los hijos del espejo. 
Les golpeamos, herimos; 
nos comemos sus carnes en un plato adornado por lineas caramelizadas y una lluvia fina de conféti verde.
Total, poca resulta la suma de quiénes hurgan en el interior del reflejo. 
Así es más fácil.

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