Trébol
Se escapaban como par de
liebres en un interminable carrusel de sonrisas, gestos, muecas y uno que otro
sustito travieso. Parecían engranar cada tarde juntos como un pacto perfecto,
una especie de promesa inquebrantable para cada uno, algo así como el aliento
del otro, y sin el nada.
Compartían
cada espacio posible. Creo que podían danzar al ritmo de sus corazones cuando
estaban uno cerca del otro; y todo parecía ir más lento cuando se acercaban, y
el mundo hasta se prestaba para regalarle el más diáfano subvenir.
Los caminos
para el encuentro de las almas gemelas tienen tantos vericuetos como años lleva
el mundo. Difícil resulta creer que estamos unidos a nuestra persona especial
por hilos mágicos atados a nuestras manos, así de extensos como nuestra
imaginación, o tan cortos como nuestra suerte.
Eli y Marco
eran la representación de la pureza en la tierra, eran simétricos, todo
encajaba en ellos, ella con ese encanto de tangos nocturnos y él presa de esa
melodía. Jugaban a decirse palabras dulces, a acariciarse con los labios y
Marco siempre le hacía cosquillas al alma de Eli, que parecía salir a jugar a
las escondidas con los primeros rayos del alba. Eran tiempo y espacio, mar y
espuma; no se concebían uno sin el otro y siempre al morir el sol en lienzos
rojizos, discrepaban porque alguno debía soltar la mano del otro para llegar a
casa a tiempo para la cena.
Cada mañana
se les veía en el primer encuentro de las miradas caminando entre los árboles
en busca de abrigo en la naturaleza. Marco adornaba el cabello de Eli con
florecillas silvestres, y por cada una que colocaba en su cabellera de miel
ondulada, decía que era un regalo divino que el creador había decidido
otorgarle, y que él estaba en el deber de hacérselo saber cada día, el resto de
su vida.
Eli sentía
una gran fascinación por los tréboles. Creía firmemente que eran plantitas
mágicas y poderosas, que podían otorgar a quien las tuviera, gran suerte en su
destino.
Abuelita
solía contarle las tardes en que sentada cepillando su cabello a la ventana que
daba al pequeño granero de los Ruiz, que un trébol de cuatro hojas era un pedacito
de perfección de la naturaleza, tan difíciles de encontrar como una nube gemela
y tan genuinos como ningún otro.
- Una vez tuve uno Eli. Su
voz parecía acariciar sus oídos-
- Cuando encuentras uno,
debes protegerlo y confiar en él, pues tiene un gran poder. Se dice que cada
hojita del trébol representa algo. La primera es para la esperanza. La segunda
es para la fe y la tercera es para el amor. Uno de cuatro hojas es muy raro,
por ende se cree que la cuarta hoja o pétalo representa la suerte y vaya que es
cierto.
-¿Por qué crees eso
abuelita? El brillo en sus ojos era cual colisión de estrellas.
- Bueno... tu abuelo y yo teníamos
un gran lazo primor, y creo que en gran medida era por ese trébol. En una ocasión
cuando era más joven, nos intercambiamos cada uno un trébol de cuatro hojas.
Tuvimos mucha suerte de encontrarlos. Desde ese entonces supimos que seriamos
él y yo hasta el final de nuestros días.
-¿Lo extrañas verdad? Eli
no pudo evitar la pregunta.
- Tal vez un poco más que
ayer cariño. Se escapó de sus labios un suspiro, y los ojos buscaron asilo en
cualquier parte.
Eli y marco
descansaban sus espaldas en la grama fértil de los campos y sus miradas
competían en ver quién podía encontrarle mejores formas a las nubes. Así
pasaban algunas mañanas tirados al sol, compartiendo la vida. Que deleite que
eran los dos. Parecían salidos de un poema griego, con toda su fantasía épica y
surrealista. El tiempo los arropaba en una esfera perfecta donde giraban solos
contra cualquier eventualidad, siempre con ojos de insuperable alegría.
Un día, Eli
había salido más temprano que de costumbre, y al pasar Marco por su casa se lo
hicieron saber. Se había adelantado al campo donde crecían los tréboles, y ahí
la encontró Marco sentada en el suelo con un arrebato atílico.
-¿Por qué no puedo
encontrar uno? Gritaba y al mismo tiempo las plantas sufrían el embate de sus
puños bien comprimidos.
-¡No es justo! Marco
limpio una lagrimita que se asomaba a su mejilla sonrojada por el sol.
-¿Por qué le das tanta
importancia a la búsqueda de esa cosa? Le pregunto con ambas manos en sus
mejillas y reflejándose en sus pupilas humedecidas.
-Quiero regalártelo, para
que siempre estés conmigo. Esa articulación de palabras ligadas a la voz casi
tácita de Eli hizo sentir a Marco diminuto ante ella, casi se le detiene el
corazón ante tan sublime escena.
-Lo estás haciendo mal
Eli. Un trébol de cuatro hojas no puede salir uno a buscarlo todos los días. Es
un encuentro fortuito entre algo que siempre has querido o necesitado y tú. Así
como cuando encontramos monedas perdidas en casa y vamos a la máquina de sodas,
él debe llegar a ti porque siente tu necesidad, porque sabe que serás tú
perfecta para él y él para ti.
-¿Cómo sabes todas estas
cosas? Sus ojos parecían huevos recién cocidos.
- Bueno, todo lo que a ti
te importe es importante para mí, y me doy a la tarea de estar preparado para
la ocasión en que deba entenderte, apoyarte o incluso rescatarte en tus
falencias. A eso me dedico desde que te conozco Eli.
-Pero no lo entiendes,
debo encontrarlo y regalártelo para así ser felices por siempre, hasta el final
de nuestros días- Sostenía sus manos con una fuerza titánica.
-Entonces hazme caso, así
podrás encontrarlo, fue así como encontré el mío.
Eli no podía creer
lo que estaba escuchando. Quiso pensar que había sido algún efecto de la
desesperación, pero no fue así. Todo este tiempo Marco conocía las intenciones
de ella con su trébol, él ya había encontrado uno y no se lo había comentado, y
peor aún; no se lo había entregado. Sentía que el alma le era arrancada con
garfios afilados y que al verdugo lo conocía de toda la vida. Soltó las manos
de Marco con fuerza y su semblante se tornó tan gris como la más amenazadora de
las nubes. Marco sabía que significaba.
No se
hablaban. Marco quería, pero Eli era tan fría desde aquella mañana que apenas y
se reconocía. Ni al salir de la academia. Ni el domingo después de misa. Todo
se había convertido en una gran nada y Marco era devorado por ese leviatán. De
nada servían las cartas escritas en hojas con su color favorito, y el patio
perdía cada vez más al ver lanzar sus piedritas a la ventana de Eli. Nada; Eli
simplemente se había perdido y parecía que no quería volver.
Existen
distancias realmente grandes en cualquier espacio conocido, pero la distancia
de los cuerpos suele ser la más atroz. La necesidad te devora internamente y
sientes esa batalla constante entre las ganas y la realidad. Eres tu propio némesis
y deseas tanto la salida que te pierdes más y más en su búsqueda.
Marco lo
intentaría una vez más, iría a la casa de Eli y no regresaría hasta hablar con
ella y poder ser lo que solían ser hace poco tiempo no más. Al llegar al jardín
de los Ruiz, Marco divisó que un auto salía de la casa de al lado repleto de
cosas y que más atrás lo seguía otro con siluetas de personas dentro. Marco
nuevamente sabía que significaba.
Desesperado
corrió a toda velocidad intentando llegar a tiempo al único lugar donde se
podían dirigir, el muelle de San Bernardo. Corrió por atajos y senderos que
solo él recordaba y vaya que sus rodillas mostraban la urgencia con que corría
esa tarde, pero eso no importaba, Eli se marchaba y con ella lo más lindo de su
vida.
Al llegar al
muelle pudo ver que lo había logrado, no se habían ido aún, y le quedaba algo
de tiempo. Se escabulló entre la multitud del día y alcanzó el coche de su
familia.
-Marco mírate como estas-
La mamá de Eli asombrada le dirigía un par de miradas.
-Eli. ¿Dónde está?
-Iba por un helado con su
padre y regresaba al instante.
- ¿A dónde van señora
Marta?- Hacia un esfuerzo sobre humano por no dejar salir las lágrimas.
-Luis ha conseguido una
oferta de trabajo increíble en una petrolera en Europa y no se lo ha pensado
dos veces y bueno como familia debemos acompañarlo, ¿No te comentó Eli? Me
había dicho que sí y que habías entendido.
-No señora no entiendo
nada.
Marco salió de
prisa al encuentro con Eli, con miedo en su pecho y las lágrimas ahora si
corriendo con él.
-¡Eli!- Su mano tocaba su
hombro.
-Te espero en el muelle
querida. No tardes.- Pronunció su padre.
- Te vas Eli. Te vas y yo
me quedo. ¿Por qué no me lo dijiste?
- Porque no era necesario,
igual me voy y tú te quedas- La rudeza de sus palabras la hacían ver como la más
cruel de cualquier historia.
- ¿Qué te pasa? ¿Ya no te
importo? ¿En verdad es así como terminas con todo esto?
-No Marco no es así como
lo termino, porque ya se había terminado tiempo atrás. ¿Recuerdas? Eli se dio
vuelta y empezó a caminar hacia el muelle
Marcos estaba
frío. Sencillamente paralizado viendo sus pies humedecidos por sus lágrimas,
plantados en el suelo duro de aquel fatídico lugar.
Todos a bordo
y despidiendo a los que se quedaban en la orilla. Ondean sus manos en señal de
despedidas, hasta pronto y uno que otro te extrañaremos. Eli estaba parada en
cubierta junto a la barandilla y su mente se tornaba pensativa y algo dispersa.
El barco ya se estaba alejando de la orilla y ella sentía que a pesar de estarse
yendo, dejaba en el pueblo otra parte de sí misma, y claro que así era. Era
marco que enfrente de toda la gente se veía alzando las manos sosteniendo un
pedazo de papel o tal vez lienzo que no lograba identificar bien, pero lo que
estaba escrito sí que lo reconoció: "TU ERAS MI TRÉBOL" entonces el
corazón conoció un latido diferente, el de distancia absoluta, el que surge
cuando lo preciado se ha perdido.
Lo amé. Es increíble la conexión con infinidades de realidades. Excelente.
ResponderEliminarExcelente relato que logra atrapar al lector hasta el final. Buena trama en donde aparecen los componentes esenciales de un buen cuento corto. Luego lo analizamos en la clase.
ResponderEliminarMoraleja "El orgullo no produce frutos apetecibles"
No dejó de leerlo y cada vez me gusta más. Sin duda alguna el mejor que he leído.
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