Mi pedacito de cielo.

Quien pudiera descansar en la hamaca 
de su boca y bañarse en los estanques
de sus mejillas.

Es tan tierna y cálida
que el girasol se torna hacia ella,
y las mariposas la saludan, y los pájaros
trinan de gozo cuando su voz articulada 
se mezcla entre los lienzos del tiempo.

Me apetece un bocado de su vida,
pero no soy digno; ya camina en 
senderos compartidos y sus manos ya no
son aladas.

Pero la miro, y disfruto de su obra.
Me embriaga el pecho su presencia,
su calor de mujer, su constante lucha 
en busca de la mejor versión de si misma;
se aferra a la vida con una obstinación de hierro.

Observador soy, un espectador con o sin sentido,
quizás un mito de las mentes ingenuas. 
Puede que me mire en ratos de ausencia y me 
piense a su estilo; quién sabe. Lo cierto 
es que en las nubes más dóciles me encuentro recostado, con los brazos
en la nuca y cosquillas en la panza,
siempre con ojos en mi pedacito de cielo. 



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