Figuras de humo 

Por la vida del invisible no hay quien sienta. No existe como una figura, ni como un símbolo, menos para las estatuas de hierro, que no parecen tener alma, pero que se les ve mover los ojos siempre en distintas direcciones, como maquinando internamente pensamientos de fuego.
Quien no está, parece dejar de existir por momentos, hasta que la suma de todas sus ausencias le hacen ganar la insignia del olvido. Una especie de eco lejano, casi inaudible; como una efímera percepción de fantasmas.
Para el invisible, que siempre se busca formas, la vida le atraviesa el pecho. No tiene defensa ante los embates del oleaje. Él, es un quizás en una tarde rojiza de algún recuerdo entrometido entre las preocupaciones del día. Pero como no huele a nada, no sabe a nada, y no cosquillean los oídos cuando este vocifera desde lejos inmiscuido entre la gente un nombre color de rosa, siempre queda vestido y alborotado, con el entrecejo vistiendo un Smoking de papel crepé, y en la boca una mueca que cubre los dientes bien soldados.

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